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Saber Elegirse, pruebas de Amor

3 de enero de 2025 por
CINTIA D'ALLEGRI

A pesar de mis miedos y angustias, siempre enfrenté las situaciones que desafiaban mi mente. Era como caminar sobre una cuerda floja, con valentía disfrazada de pasos temblorosos, pero decidida a abrir caminos en mi mundo interno. Cuando ese mundo parecía ganar la batalla, recurría a dos refugios: el silencio introspectivo que me conectaba con las verdades y el pedido de ayuda a quienes podían ofrecerme herramientas terapéuticas para sanar.

Pero esta vez fue distinto. Estaba lejos de casa, a 12,000 kilómetros, en un país extraño, siendo mujer, sin conocer el sistema de seguridad ni hablar el idioma. Era Irlanda, y en Dublín aprendí a transformar el miedo en un aliado. Asumí mis temores y, en voz alta, me declaré vulnerable.

En un lugar donde alquilar habitaciones es la norma y conseguir un espacio privado es un privilegio, decidí invertir en mi bienestar. Quise que entre esas cuatro paredes naciera mi refugio, mi mundo mágico. Lo logré, pero no sin sacrificios. Me mudé tantas veces como he mudado de piel, y esto es literal. Cada mudanza fue un espejo que reflejó diferentes partes de mi ser y evolución.

Cuando llegué a Dublín, el 23 de noviembre del 2023, ocurrió el incidente más extraño y aislado de locura que marcó un hito extraordinario: luas prendidos fuego, vidrieras rotas y la expresión xenofóbica como culpable de los hechos. Pensé que me había equivocado de país porque me habían dicho que era tranquilo y seguro. Fue un estallido literal mi bienvenida al pequeño país. A la mañana siguiente al salir del hostel, no sabía dónde esconder mis dos mochilas que delataban que era extranjera.

La primera casa donde viví estaba en pleno centro, en el epicentro del lío. Allí compartí cuarto con dos chicas mexicanas y viví dos meses. Luego conseguí una habitación privada en una casa con personas turcas, pero duré otros dos meses. Sus mandatos culturales, no coincidentes con mis formas y maneras de relacionarme y vivir, y el no poder expresarme con mi guitarra me impulsaron a partir. Con estas dos primeras mudanzas, empecé a darme cuenta conscientemente de que empezaba a elegirme pese a las circunstancias externas que podían tornarse complicadas. Confieso que me he ido moviendo con certezas. Estos inicios me mostraron que elegirme era salir de donde no me siento cómoda y donde no puedo ser yo misma.

Encontré entonces, por tercera vez, un lugar de paso donde, por 21 días, pude relajarme y reconectar conmigo misma. Después llegó el cuarto movimiento; viví cinco meses en el suroeste de Dublín, donde encontré cierta estabilidad. Cantaba, ensayaba, iba al río y respiraba naturaleza. Pero este capítulo inesperado también trajo el punto de quiebre: mi mundo interno se sacudió, y el externo no fue menos turbulento.

En un abrir y cerrar de ojos, tuve que mudarme de nuevo. Con ayuda de personas generosas, enfrenté una nueva mudanza, la quinta. Aquí fue donde todo cambió. Mi landlord enloqueció, se volvió violento, inventó escenas macabras y me robó el dinero. Este evento fue devastador, un golpe que drenó mi energía y me dejó al borde del colapso. Pero, como en toda tormenta, hubo muchas enseñanzas: reforzó que hay personas de corazón, aprendí a escuchar mi intuición, a confiar en la sabiduría de mi alma, y, sobre todo, a elegirme a mí misma.

Escuchar la voz de la intuición, de la sabiduría que emana tu cuerpo cuando no hay mente, del Ser Expandido que está presente en cada momento y circunstancia, son los aliados que trae toda verdad para el propio bienestar y cuidado. Negarme a esa existencia por años fue la testarudez más tonta que he atravesado. ¿Quién se niega a la posibilidad de estar bien y de sentirse bien?

Además de los cambios de piel con las mudanzas, Irlanda me regaló la posibilidad de recordar mi parte más espiritual, aquella que está conectada con los recuerdos de mi alma. ¡Y eso fue increíble! Ese fue el gran cambio de pelaje. Recordé dónde todo inició y terminó para mí. Desde 2012, recuerdo atisbos de mis vidas pasadas, y aquí pude resolver un gran enigma que llevaba años acompañándome.

Durante todo el año, fue una lección tras otra. Aprendí a poner límites, a decir que no, y a reconocer el estado de sacrificio corporal y la demanda que me pedían en los trabajos, creyendo que debía hacer más. Esto solo evidenciaba la falta de autovalidez conmigo misma, en mis capacidades y cuidados. Aprendí que puedo elegir lo que realmente me hace bien por encima de los miedos y los pensamientos de escasez, sacrificio o necesidad de supervivencia. Cada paso me acercaba más al amor propio y al reconocimiento de mi valor intrínseco.

Considero que para conocer sobre aquello que aún no conocemos de nosotros mismos hay que ir detrás de un salto a la incertidumbre, cruzar las fronteras de los miedos y la mente. Pasando ese enorme portal es que podemos descubrirnos en versiones de nosotros mismos que ni sabíamos que estaban. Atreviéndonos a extender nuestras alas en un paraíso que podemos crear y construir una vez que damos el salto a creer que todo lo que puedo ser es posible.

Los aprendizajes sobre cómo tratarse con amor son un hilo infinito que va enhebrándose a medida que desandamos la vida con las interpretaciones que nos muestra acerca de lo que traemos en nuestra mochila. Cada experiencia nos habla, nos guía, nos reta a mirar más allá de lo visible para abrazar nuestra esencia y caminar con más ligereza y conciencia.

Esa experiencia oscura me mostró que cada mudanza no solo era física; era emocional y que algunas experiencias dementoras ni siquiera eran mías. Era una lección de amor hacia mí misma que necesitaba superar para abrazar mi esencia. Luego de ese sacudón, pasé por más cambios. Personas maravillosas me dieron asilo y apoyo, y finalmente, por sexta mudanza consecutiva, llegué a la casa de amigas que me cuidaron como nadie. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí acompañada y relajada. ¿Y qué pasó cuando finalmente pude soltar? Mi cuerpo habló: llegaron los síntomas.

El año no terminó ahí. El 6 de noviembre volví a Argentina, a mi tierra, mi gente, mi Sol y mi aire. El stop que necesitaba para tal tremendo año. Para poder asimilar todo lo aprendido y hacerlo carne, como se dice. Allí puse en práctica todo lo que Irlanda me había enseñado. Siendo una persona en sus raíces, fuerte, reconocida en su esencia, aliada del miedo y con una confianza interna indestructible.

Y al regresar por Diciembre a la isla Esmeralda, llegó una nueva mudanza, la séptima del año. Un récord que no solo marcó mis pasos físicos, sino también los avances de mi corazón. Cada lugar, cada movimiento, me recordó que elegirme es el acto más profundo de amor. Irlanda me puso a prueba, pero también me devolvió a mí misma.

Al final he aprendido algo invaluable: si no te late, si no te genera seguridad y certeza, no lo hagas. Si te expande y tu corazón te dice que sí, abre caminos. Tomarse el tiempo para escuchar el tic-tac del pulso del corazón mientras también sientes el aire que respiras son las respuestas justas que necesitas. Porque al final, la verdad siempre está en ese espacio de calma y conexión contigo mismo, donde todo lo que necesitas saber ya está esperando por ti.

Pareciera que las historias que nos van construyendo nos llevan a un solo lugar, el de aprender a elegirse a uno mismo desde la mirada del amor. 

En cada mudanza, en cada paso incierto, el aprendizaje se despliega como un camino que nos invita a preguntarnos: ¿qué más podemos descubrir de nosotros mismos? La verdadera magia ocurre cuando somos capaces de enfrentarnos a nuestra vulnerabilidad, cuando permitimos que el miedo sea nuestro aliado y que, en medio de la tormenta, busquemos las enseñanzas que nos fortalecerán. No importa cuántas veces la vida nos sacuda, siempre tendremos la oportunidad de empezar de nuevo, de elegirnos a nosotros mismos, de redibujar los límites de nuestro amor propio.

Este viaje, con todas sus dificultades y giros inesperados, nos recuerda que el amor propio no es un destino, sino una práctica constante. Aprender a decir "no", a confiar en nuestra intuición, a elegir lo que nos hace bien, es un acto de valentía y de respeto hacia nosotros mismos. No se trata de ser perfectos, sino de ser fieles a lo que realmente somos, de abrazar cada parte de nuestro ser, incluso aquellas que más tememos.

Así como la naturaleza cambia con las estaciones, nosotros también cambiamos. Cada capítulo de nuestra vida es una oportunidad para crecer, para sanar y para recordar quiénes somos realmente. El amor no se busca fuera, se cultiva dentro de nosotros, en la calma, en el silencio de nuestro ser, en la capacidad de escucharnos y de sentir que todo lo que necesitamos está dentro de nosotros, esperando ser descubierto.

Elegirse a uno mismo es el acto más puro de amor. Es recordar que merecemos estar en paz con quienes somos, sin importar lo que el mundo nos haya mostrado o lo que nos haya tocado vivir. Cada paso hacia esa autenticidad nos acerca más a la verdad de nuestra esencia. Así, la vida se convierte en una danza de aprendizajes, un continuo recordar que todo lo que podemos ser, ya está en nosotros.


CINTIA D'ALLEGRI 3 de enero de 2025
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